Azabache

El “gagates” de la Antigüedad clásica griega (por su hallazgo en el río Gagas) es en Santiago de Compostela, bajo el nombre ya clásico de azabache ―derivado del árabe―, uno de los materiales indisolublemente unidos a la peregrinación jacobea y la ciudad de Santiago. Históricamente, al azabache se la han otorgado propiedades mágicas y protectoras, siendo esa una de las razones de su pervivencia en el tiempo. A una primera fase en que se utilizaba como amuleto protector de uso en piezas de pequeñas proporciones, le siguió un segundo periodo en el que dicho carácter protector se extiende a figuras decorativas de mayor tamaño destinadas a estancias. Aunque los siglos XVI-XVII conformaron un periodo histórico de extensa producción, por la naturaleza semidura pero frágil de este material, el número de piezas que han llegado hasta nosotros es reducido.
En Santiago, es a finales del siglo XIX con la figura de Enrique Mayer Castro cuando el azabache retoma su anterior esplendor y se empiezan a recuperar figuras de mayor formato. En este ámbito podemos observar ejemplos de varios artistas: Manuel Miranda, Cástor Lata, Marcelino Pena y Ricardo Posse, entre otros, con obras que abarcan la primera mitad del siglo XX.
En la parte superior se muestran dos rosarios de tipologías diferentes de los siglos XVIII y un singular relicario octogonal, de azabache y ámbar, del siglo XVII.
Juan de Arphe en su tratado titulado “Quilatador de oro, plata y piedras” confiere al ámbar la propiedad de que “con su sahumerio, huyen las cosas venenosas”, ahuyenta los malos espíritus.

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