

La Tierra Santa por antonomasia es Jerusalén, lugar de referencia para la cristiandad, que se convierte en símbolo a consecuencia del viaje realizado por la que pasará a la historia como santa Helena, madre de Constantino I. Ambos abrazarán el cristianismo, que se convierte en religión de estado, lo que cambiará el devenir de esta ciudad y por extensión de Occidente.
Como Ciudad Santa, Jerusalén generó en torno a sí el deseo de posesión de todos aquellos que, de una u otra manera, se sentían vinculados a su historia. Simultáneamente, la visita a los Santos Lugares fue un acontecimiento imparable y, fruto de esa devoción, surgió un sinnúmero de objetos que los visitantes deseaban llevarse a su vuelta a su lugar de origen por su condición de reliquia y
recuerdo.
Podemos contemplar en este ámbito aquellos que despertaron mayor interés y, entre ellos, los realizados en nácar. La enseña franciscana figura en varios, por ser esta la orden que se encarga, para la religión católica, de la custodia del lugar.
También se puede observar el libro titulado El devoto peregrino, viaje de Tierra Santa, en su edición de 1705, texto que, con multitud de grabados, actuó de guía y motivación para peregrinos.
Entre las pequeñas piezas se pueden ver: una lámpara bizantina cuyo perfil remeda la enseña de la cruz de Santiago y una cruz pendiente, de los cruzados, datada en el siglo XII