

Agnus Dei
Desde los tiempos de Amalarius, año 820, en adelante encontramos el uso frecuente del agnus Dei, que se elaboraba con la parte no consumida del cirio pascual vaticano del año anterior ―el que contemplamos en esta exposición es una reliquia vaticana en cera virgen del papa Inocencio XI―.
También sabemos por Ennoldius, año 510, que los fragmentos del cirio pascual eran utilizados como protección contra las tempestades y quemaduras; además, en periodos posteriores eran generalmente enviados por los papas como regalo a los soberanos y a personajes de especial distinción.
El cirio pascual es una vela de cera pura de abeja de amplias proporciones que se instala en los templos y se bendice en la Vigilia Pascual del Sábado Santo. Permanece encendido en determinadas actividades religiosas durante el año litúrgico. Transcurrido el año, la cera no consumida del cirio pascual vaticano adquiría el carácter sagrado de reliquia, y con ella se elaboraban estas piezas, en la mañana del Sábado Santo, que eran bendecidas por el papa. Los agnus Dei se realizaban en el 1.o y 7.o año de Pontificado. El aquí expuesto nos indica que pertenece al de Inocencio XI en su 7.o año, que se corresponde con 1683. Inocencio XI fue el papa que organizo la Liga Santa con objeto de frenar el avance turco en Europa, y es en ese año de 1683 cuando se produce la derrota otomana en Khalenberg.
La cera representa la carne virgen de Cristo, y pintar o adornar genuinos agnus Dei para destacarlos ha sido estrictamente prohibido por varias bulas papales.
Libros prohibidos
En la sesión XVIII del Concilio de Trento, celebrada el 26 de febrero de 1562, se expresa la necesidad de elaborar una lista de libros prohibidos, Index librorum prohibitorum, como complemento a la censura previa que ya había establecido en 1515 León X y con la intención de unificar distintos índices que, por ser locales, no abarcaban a toda la cristiandad católica. El aquí expuesto corresponde a una edición veneciana de 1672.
Selo de Lucio III
En 1184 el papa Lucio III convocó el Concilio de Verona, en el que se promulgó la constitución Ad abolendam; esta condenaba las herejías cátaras, valdenses y arnaldistas, y se convirtió en un instrumento eficaz contra cualquier forma de indisciplina frente a la ortodoxia católica, decretando que el castigo físico de los herejes correspondía a la autoridad laica; de este modo, Ad abolendam se convertirá en el embrión del futuro Tribunal de la Santa Inquisición.